Las palabras y el trip
Me ha dado mucha alegría saber
que este blog lo han leído tantas personas. Cuando traduje el artículo de
“Juegos psicodélicos”, simplemente deseaba que mis amigos tuvieran una
posibilidad para abrirse al mundo del LSD sin tener miedo, reduciendo las
posibilidades de que se malviajaran. Después de tres años en la web, puedo ver que el artículo ha podido llegar a
muchas más personas de las que algún día esperé. Me alegra mucho haber podido
ayudar a algunos a evitar malviajes y esperemos que la información acerca de
esta espectacular droga sea cada vez más accesible a la comunidad de habla hispana.
Esta vez quiero hablarles acerca
de algunas de mis experiencias con el LSD y de una manera que me ha sido muy
útil para recordarlas. Se trata la “descripción consciente”, que no es otra
cosa que describir con palabras aquello que se está viviendo en el instante del
viaje. Si bien, puede parecer un poco obvio, resulta un ejercicio bastante
complicado debido a las limitaciones que tiene el lenguaje para describir este
tipo de sensaciones. En últimas, lo mejor que podemos aspirar es a dar una mera
idea de lo que hemos sentido y tener una historia interesante que contar.
El verdadero valor de la
descripción consciente viene después de algunas horas, días o incluso años
después de haber vivido la experiencia del LSD. Debido a que las palabras son
más fáciles que recordar que las imágenes o las sensaciones, se quedan con
nosotros por más tiempo. Y lo que es mejor, aquellas palabras pueden hacernos
recordar a nosotros mismos una pizca de la experiencia que tuvimos en ese
viaje.
Sin más preámbulo, les traigo
aquí algunas de las historias que he podido recordar usando esta técnica.
La gomita
Un amigo me dio una gomita
mientras estaba en un viaje. Cuando la puse en mi boca, sentí que mi lengua
hacía un espiral morado que se fundía con la gomita. Era una sensación muy
agradable, y mi vista se llenó de luces a mí alrededor. Tuve entonces que
detenerme y tocarme la lengua, asegurándome de que no me estaba mordiendo a mí
mismo. Luego, cuando no sentí ningún dolor, continué mordiendo la gomita ya un
poco más tranquilo. Me pregunté si esto era lo que la gomita estaba sintiendo y
pensé
“¡Claro, si esto fue para lo que
la gomita fue creada! ¡Ha estado
esperando este momento toda su vida! Qué momento tan feliz saber que uno cumple
todo aquello por lo que ha sido creado.”
La ventana a la realidad
Estaba entrando a mi casa
mientras estaba en un viaje especialmente visual. Cuando entré a la cocina,
todo a mí alrededor empezó a difuminarse como en una acuarela diluida. Casi me
resultaba imposible identificar que en efecto estaba en la cocina de mi casa,
ya que entre más me movía más se difuminaba la imagen. Me quedé viendo la
cocina y saqué mi cámara (que llevaba para tomar fotos y ver cómo eran las
cosas “en realidad” después del viaje). Cuando la prendí, me impresionó que la
pantalla de la cámara mostraba la cocina tal cual como la recordaba sin ningún
efecto acuarela…
- "Esta cámara es…. la ventana a la realidad!"-
Pensé.
El malviajecito del perro
Estaba en una finca que habíamos
alquilado en Villavicencio (Meta- Colombia) con mi amigo J. y mi amiga G.
Estabamos en el kiosko al lado de la casa principal, al aire libre y eran casi
las 8 de la noche. De repente un perro pitbull vino corriendo y parecía muy
amigable. Yo lo acaricié y le hice unos mimos, pero a mis amigos les dio mucho
miedo y un poco de asco ya que estaba mojado. Después de unos pocos segundos el
perro se fue.
Luego, sobre el andén que
comunicaba el kiosko con la casa principal apareció el perro. Llevaba algo inidentificable
entre sus fauces, que mordía con mucha paciencia y empeño.
“Es un conejo” pensé. “Ese perro
acaba de matar un conejo y yo lo estaba acariciando… Ni siquiera lo conozco, ¡me
pudo haber quitado una mano!” Luego el conejo cambió de forma.
“Es una serpiente” pensé. “El
perro acaba de matar una serpiente que nos estaba acechando…. ¡Qué perro tan
bueno! …. ¿Pero en qué lugar nos hemos metido que tienen que haber perros cuidándonos
de las serpientes? ¡El Horror!” Luego la serpiente cambió de forma.
Mi amiga G. viendo la cara de
pánico con la que J. y yo mirábamos al pitbull dijo “¡Ya dejen de mirar al
perro ese!”. Apenas podía moverme, así que incliné un poco mi cabeza y oculté
el perro de mi vista detrás de la cabeza de G.
Cuando el perro se fue, pude
comprobar que aquello que mordía era un hueso de carnaza.
Y tú ¿Que historias has
recopilado en tus viajes?