jueves, 28 de julio de 2016



Las palabras y el trip

Me ha dado mucha alegría saber que este blog lo han leído tantas personas. Cuando traduje el artículo de “Juegos psicodélicos”, simplemente deseaba que mis amigos tuvieran una posibilidad para abrirse al mundo del LSD sin tener miedo, reduciendo las posibilidades de que se malviajaran. Después de tres años en la web,  puedo ver que el artículo ha podido llegar a muchas más personas de las que algún día esperé. Me alegra mucho haber podido ayudar a algunos a evitar malviajes y esperemos que la información acerca de esta espectacular droga sea cada vez más accesible a la comunidad de habla hispana.

Esta vez quiero hablarles acerca de algunas de mis experiencias con el LSD y de una manera que me ha sido muy útil para recordarlas. Se trata la “descripción consciente”, que no es otra cosa que describir con palabras aquello que se está viviendo en el instante del viaje. Si bien, puede parecer un poco obvio, resulta un ejercicio bastante complicado debido a las limitaciones que tiene el lenguaje para describir este tipo de sensaciones. En últimas, lo mejor que podemos aspirar es a dar una mera idea de lo que hemos sentido y tener una historia interesante que contar.

El verdadero valor de la descripción consciente viene después de algunas horas, días o incluso años después de haber vivido la experiencia del LSD. Debido a que las palabras son más fáciles que recordar que las imágenes o las sensaciones, se quedan con nosotros por más tiempo. Y lo que es mejor, aquellas palabras pueden hacernos recordar a nosotros mismos una pizca de la experiencia que tuvimos en ese viaje.

Sin más preámbulo, les traigo aquí algunas de las historias que he podido recordar usando esta técnica.


La gomita

Un amigo me dio una gomita mientras estaba en un viaje. Cuando la puse en mi boca, sentí que mi lengua hacía un espiral morado que se fundía con la gomita. Era una sensación muy agradable, y mi vista se llenó de luces a mí alrededor. Tuve entonces que detenerme y tocarme la lengua, asegurándome de que no me estaba mordiendo a mí mismo. Luego, cuando no sentí ningún dolor, continué mordiendo la gomita ya un poco más tranquilo. Me pregunté si esto era lo que la gomita estaba sintiendo y pensé

“¡Claro, si esto fue para lo que la gomita fue creada!  ¡Ha estado esperando este momento toda su vida! Qué momento tan feliz saber que uno cumple todo aquello por lo que ha sido creado.”



La ventana a la realidad

Estaba entrando a mi casa mientras estaba en un viaje especialmente visual. Cuando entré a la cocina, todo a mí alrededor empezó a difuminarse como en una acuarela diluida. Casi me resultaba imposible identificar que en efecto estaba en la cocina de mi casa, ya que entre más me movía más se difuminaba la imagen. Me quedé viendo la cocina y saqué mi cámara (que llevaba para tomar fotos y ver cómo eran las cosas “en realidad” después del viaje). Cuando la prendí, me impresionó que la pantalla de la cámara mostraba la cocina tal cual como la recordaba sin ningún efecto acuarela…

-          "Esta cámara es…. la ventana a la realidad!"- Pensé.




El malviajecito del perro

Estaba en una finca que habíamos alquilado en Villavicencio (Meta- Colombia) con mi amigo J. y mi amiga G. Estabamos en el kiosko al lado de la casa principal, al aire libre y eran casi las 8 de la noche. De repente un perro pitbull vino corriendo y parecía muy amigable. Yo lo acaricié y le hice unos mimos, pero a mis amigos les dio mucho miedo y un poco de asco ya que estaba mojado. Después de unos pocos segundos el perro se fue.

Luego, sobre el andén que comunicaba el kiosko con la casa principal apareció el perro. Llevaba algo inidentificable entre sus fauces, que mordía con mucha paciencia y empeño.

“Es un conejo” pensé. “Ese perro acaba de matar un conejo y yo lo estaba acariciando… Ni siquiera lo conozco, ¡me pudo haber quitado una mano!” Luego el conejo cambió de forma.

“Es una serpiente” pensé. “El perro acaba de matar una serpiente que nos estaba acechando…. ¡Qué perro tan bueno! …. ¿Pero en qué lugar nos hemos metido que tienen que haber perros cuidándonos de las serpientes? ¡El Horror!” Luego la serpiente cambió de forma.

Mi amiga G. viendo la cara de pánico con la que J. y yo mirábamos al pitbull dijo “¡Ya dejen de mirar al perro ese!”. Apenas podía moverme, así que incliné un poco mi cabeza y oculté el perro de mi vista detrás de la cabeza de G.

Cuando el perro se fue, pude comprobar que aquello que mordía era un hueso de carnaza.



Y tú ¿Que historias has recopilado en tus viajes?